Normalmente no me permito caer, pero he sobrepasado mi límite, y caí. Reventé. Hay momentos en los que tiraría la toalla lo más lejos que pudiera alcanzar mi fuerza. No doy para más, no soy una máquina, mi cuerpecito me pide a gritos una tregua. Y es aquí cuando entra en juego la motivación. Mi motivación. Saber que mi recompensa está cada vez más cerca. Aquel impulso que responde a aquel estímulo es lo único que me da aliento cuando me quedo sin él, el que me empuja por las mañanas y me saca a patadas de la cama. Cada día una rutina marcada, unos horarios establecidos, sin tiempo ni para respirar, y cuando acabo mi jornada soy una muerta en vida, que quiere pero no puede, seguir el ritmo que desearía. Si no fuera por el par de pastillas con vitaminas a saco que me enchufo cada mañana, no llegaría decente ni a la mitad del día (por cierto, las recomiendo).
Por otra parte, mi corazón sigue hecho un manojo de nudos, entresijados y muy difícil de deshacer. No sé, ahora sólo me dedico a esperar, soy espectadora de mi espectáculo. Sé que no es la opción más valiente, de hecho es bastante cobarde, pero no tengo tiempo ni para pararme a pensar en mi vida sentimental ya que puede esperar ahí que no se moverá. Ahora mismo estamos en "stand-by", seguimos el curso de una línea horizontal, bastante recta sin ninguna bifurcación que despierte una chispa de novedad e ilusión, simplemente estamos ahí. Sin embargo, mi mente sigue en otro punto de la península, devorándose a ella misma, y con un miedo al no saber que hacer a partir de ahora sin que nadie salga perjudicado (incluyéndome a mi, que normalmente acabo jodida haga lo que haga), lo que más me duele de todo esto es que pueda llegar a pensar que me he olvidado de él, porque llevar ese vestido es uno de los momentos que espero con más ansias (y no es el de boda).
sábado, 29 de noviembre de 2008
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